Hoy hablaré de un refrán verdadero.
El día 19 de marzo me acordé
de mi padre. Fue una cálida tarde de principios del otoño de hace 60 años. Nos
fuimos a coger almendra a un paraje que llaman “Senda de los caballeros”.
Mientras mi padre llenaba la calabaza de agua me dijo que echase al carro unos
sacos y la manta lona. Era una espléndida tarde de ese tiempo que llaman
“veranillo de san Miguel” (29 sep.). No había ni una nubecilla en el cielo.
Pregunté para qué queríamos la manta lona con esa tarde tan agradable que nos
traía septiembre, el que se lleva los
puentes o seca las fuentes. Me insistió en echarla y como bien “mandao”,
así lo hice.
Cuando ya llevábamos dos
horas matojando almendros vinieron unas gotillas y acto seguido descargó una
buena “nubá”, pero protegidos con la manta lona no nos mojamos. Es entonces
cuando mi padre me dijo” ni por calor
dejes la manta ni por frío la calabaza”.
Es estos últimos días la
“Celia” apenas ha dejado lluvia por estos lugares y yo como todos los días he
salido con la bicicleta con una pequeña mochileta con un chubasquero que llegué
a utilizar dos días cuando regresaba a casa.
El día de san José amaneció
espléndido. Una temperatura muy agradable y ni una nube en el firmamento. Para
que me voy a llevar la mochila con el chubasquero si lo que tenía que dejar la
borrasca ya lo ha dejado.
Cuando regresaba a casa unas
gotillas anunciaron un chubasco. Esto no es na- pensé: gotetes, pero no, no.
¡Qué chubasco! Fueron cuatro km bajo una lluvia intensa. Cuando llegué a mi
casa sólo tenía enjuto el velo del paladar. Al girar la llave pensaba: Paco. Si
ya te lo decía tu padre, ni por calor dejes la capa ni por frío la calabaza.
¡Cuánta sabiduría acumulaba mi padre! Pero yo no hice caso, es que tenía 10
años.