miércoles, 22 de abril de 2020

La zorra y la uva



Deambulaba una astuta zorra por los alrededores de Fuenterrobles por ver si podía llevarse algo a la boca. El año había sido corto y ya bien entrado el otoño no quedaba en el campo ni garrapito.


Viendo mal el asunto del condumio se acercó a la labor del tío Jerónimo en la Casa del Horcajo. Dio tres vueltas al caserío y a la otra vuelta que dio, Miguel el Horcajeño le soltó un escopetazo que se libró por los pelos.



De mal en peor, pensó que en la rica población de Jaraguas calmaría la gana que desde hacía algunos días no le dejaba descansar.

Bien que recorrió aquellos lugares y viendo que no había nada que rascar pensó con buen criterio que sus males acabarían en algún caserío de la ribera del río Cabriel. En aquellas fértiles tierras de ubérrimas huertas siempre encontraría algo que algún ribereño descuidara.

Camino del río, al poco de dejar Jaraguas paró en la Fuente de la Zorra que fue dominio de su bisabuela y luego de su abuelo hasta que emigró a casa de un una hija en Vadocañas. A estos parajes les tenía mucha querencia que desde pequeño sus padres la llevaban a pasar algunos días con la familia.

Se emocionó el animal recordando aquellos felices días de conzorria familiar. Cómo recordaba cuando se comieron una gallina que su padre sacó en un descuido a los Monteagudos en su caserío de Gil Marzo. Las lágrimas le resbalaban por aquella demacrada cara de tantos días a dos velas. Bebió agua para recobrar las pocas fuerzas que le quedaban y continúo viaje.

Al llegar a Venta del Moro dio un rodeo y no quiso parar. Si nada había conseguido en Jaraguas, ¿qué podría sacar en la Venta? Las casas que se agrupaban en callejones se protegían unas a otras y disponían de una sola entrada que sólo permitía el paso de un carro, ademas los corrales eran de altas tapias coronadas con aliagas.

También tenía malos recuerdos de esta población que un primo suyo, algo atrevido, salto a la caja del carro del tío Ignacio Latorre que venía de labrar del Corral de la Morena y pudo entrar sin dificultad en el corral inaccesible, anexo a su casa en el Callejón de la Sorda.


Muy bien que cenó aquella noche una gallina en pepitoria, pero vino un temporal de agua de cuatro o cinco días de lluvia y el tío Ignacio no salió del cuquero. A mi primo le perdió la gula que cada noche se cepillaba un gallináceo. En uno de aquellos festines se dio de aperitivo una ingleseta que era la llueca y estaba incubando una docena de huevos (lloca en valenciano y clueca en castellano) y la señora de la casa, la tía Rosa Murcia, la echó en falta y se percató que algo raro pasaba. Al hacer recuento, al tío Ignacio se lo llevaban los demonios del enfado que tenía y montó guardia al anochecer. Lamentablemente de un certero tiro mi primo la diñó.


Camino del río se apartó de las Casas de Moya, que allí son los hombres montaraces, que viven del monte, de las caleras y de la fornilla que gastan en las destilerías de Utiel y en los hornos de pan cocer. Como serán que se van al monte sin comida, solo con el pan y el vino y todos los días comen carne. Son los mejores cazadores de la contorná. ¡Cualquiera se atreve a atravesar la Derrubiada!.



Mejor pensó tomar el camino de las Casas de Pradas, que aquí son buenos labradores que cultivan hermosas oliveras que dan el mejor aceite de la Comarca, aunque los de Caudete de las Fuentes dicen que es mejor el suyo.

Por fin llegó a la ribera del rio Cabriel, cerca del caserío que llaman El Retorno. Nada más llegar se le abrieron los ojos como platos. Y es que junto al río crecía una gran parra de la que colgaba un hermoso racimo de bobal.

Le cambió el semblante, ya se relamía, por fin calmaría aquellas tripas que parecían una guitarra flamenca.

Dio un salto y no pudo coger nada. Se retiró un poco para coger carrerilla y tampoco, aunque rozó los brillantes granos. Pero no se desesperó, era su oportunidad. Se alejó algo más y con la vista fija en el bobal, ella misma se animaba: ¡Ahora o nunca! ¡Alante con los faroles! Y tras una veloz carrera dio un salto con tanto ímpetu que cayó al río y mientras la arratraba la corriente, sin dejar de mirar el racimo se le oyó que decía: bien me viene, a Cofrentes iba.




Y como diría el amigo Gonzalo Gil Viana (a) Colorado, familiarmente el Kolo: colorín, colorín, colorado este zorrero cuento se ha acaba.


En Mutxamel, a las 23 horas del miércoles 22 de abril, cuadragésimo día de confinamiento.



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