¿Qué comemos mañana?
Hubo un tiempo, no muy
lejano, en que la leche era un alimento de enfermos. Esto ya lo expliqué en mi
libro “Siglo XX, Fuenterrobles, problemático y febril” página 250.
Para acelerar la
recuperación de los convalecientes y a fin de que no tomaran la leche “a palo
seco” se les daba un dulce para mojar muy sencillo de elaborar, pero de buen
poder energético cuyos ingredientes eran huevos (otro alimento para enfermos
que a veces se utilizaba como papel moneda), azúcar y harina. En ocasiones este
dulce se “emborrachaba” para levantar el ánimo del enfermo.
Me estoy refiriendo a las
SOLETILLAS, que no tenían la nombradía de las buñuelas de Camporrobles, que
eran como platos y además “buenismas” pero tampoco tenían nada que envidiarles.
Las soletillas forman parte
del patrimonio gastronómico perdido, ya que no se hacen los dulces en casa para
llevarlos a cocer al horno. Es más cómodo ir a los hornos de San Antonio y San
Carlos y ya comprarlos elaborados, que los hacen muy buenos. Pero no es lo
mismo.
Los dulces sólo se comían en fechas muy señaladas: La Candelaria, la Pascua de Flores, las fiestas de los santillos y la Navidad-Año nuevo.
Los dulces se elaboraban en todas las casas del pueblo y se llevaban al horno a cocer. Yo vivía junto al horno de Victoria y Teodoro y recuerdo ver en la puerta a numerosos chiquillos esperando la salida de aquellos dulces. Pero las madres no dejaban meter mano en aquellas cestas porque estaban calientes y les iban a sentar mal.
En las casas donde había fallecido algún familiar cercano no se hacían dulces que en periodo de duelo estaba mal visto endulzar las celebraciones. Podrían hacerlos en casa, pero no llevarlos a cocer al horno.
Mi abuela falleció a mitad de enero cuando ya estaban a la vista las fiestas de La Candelaria, y mi madre no hizo dulces. Sin embargo, nunca comimos tantos dulces como en aquellas fiestas. Recuerdo que a mi casa llegaba una procesión de mujeres con el correspondiente plato de dulces variados.
Unos con mucha ralladura de limón, otros con bastante azúcar o con poca y algunos pasados de canela... Cada uno de su padre y de su madre, pero todos buenísimos. No había dos sabores iguales, lo que si había era mucha convivencia y vecindad.
Hoy te comes un donuts en la ciudad de Nueva York, en Alicante o en Tokio y encontrarás que todos tienen el mismo sabor y la misma textura. Y aún hay quien los compra en Fuenterrobles cuando en los hornos de san Antonio y san Carlos hacen los dulces al estilo tradicional de una calidad suprema y sin exceso de azúcar y grasas polisaturadas.
Aunque ya no se hacen dulces en casa (en otros pueblos de la comarca si) es aconsejable conservar la viejas recetas cuyas cantidades de ingredientes venían expresados en libras y onzas.
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