Sobre espigar: un derecho
consuetudinario
Detrás de los segadores, algunas
mujeres, bien protegidas de los rayos del sol, trajinaban por los surcos
recogiendo las espigas que quedaban abandonadas en la tierra. Eran las
espigadoras que con lo que recogían anudaban
manojos llamados moragas y formando con ellas un haz volvían al pueblo
con su preciada carga que porteaban sobre la cabeza o la espalda.
A algunos labradores, las espigadoras
les hacían poca gracia porque consideraban que los segadores descuidaban su
trabajo dejando intencionadamente algunas espigas. Pero no se podía prohibir la
rebusca, que era un derecho
consuetudinario*. Además tenía un origen divino: cuando Dios dictó a Moisés los
libros de la ley le dijo: “Cuando llegue
el tiempo de la cosecha, no recogerás hasta el último grano de tu campo, ni
rebuscarás hasta las últimas espigas que hayan quedado. Déjalas a los pobres y
a los extranjeros”. (Levítico 23:22).
Rebuscar en las “piazos” aquello que queda después de la cosecha es una manifestación
del sagrado derecho de mantener a los pobres de la comunidad. Con las camuñas*
complementaban la alimentación de media docena de gallinas y con el trigo, no
más de una hornada de pan.
No penséis que espigar era de tiempos lejanos, que en la segundad mitad del siglo XX aún se hacía. Yo mismo llegué a conocer una anciana espigadora que llamaban Faustina.
“Quien
no puede segar, espiga”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario